miércoles, 9 de septiembre de 2009

Del Ale (Mendoza- Bs. As.)...un tesoro.

Yo tenía estipulado una forma de sentir el cuerpo. El acostumbramiento perfecto a los agujeros en el estómago. Los pies en el río. La piel adormecida bajo la ropa mojada mientras llueve. Un cuerpo blanco en el instante preciso. La espera del tranvía. El reflejo de mi boca en los cristales. Mi mano tocando un vaso de cerveza. Mis uñas comidas bajo la luz del velador. Reconocerse, en fin, adaptarse a una materialidad sin rostro ni apellido.

Yo tenía determinado una forma del aburrimiento. Inventar sombras en la pared con los dedos de los pies desde la cama. Contar los latidos. Imaginarme abriendo puertas a lugares imprevisibles. Pensar que, a continuación de tocar el picaporte de una escotilla de barco, entro al desierto del Sahara por ejemplo.
Yo tenía una forma del deseo. Una forma de la sexualidad donde la realidad es el sueño transformado para recibir la soledad más trágica -que es la única que puede ser compartida-.
He puesto autoridad en ello.
Quise mirarme largo rato para comprenderme en la imagen distorsionada de un cubo de hielo en un vaso vacío. Y lo hice. Por horas. Y nadie se dio cuenta. Y fui bueno en ello, pues no pude entender quién era.
Por lo demás, puse erudición en la nostalgia y en los abandonos. Me entregué al servicio de las pequeñas catástrofes cotidianas. Pensé en las formas de la muerte. La imaginé muchas veces como un hombre desnudo con alas. Tantas otras, lo pensé borracho en el fondo de una acequia. Nada del otro mundo. El resto de las veces apelé a las formas futuras de la cinematografía.
En otras oportunidades, me apropié del orgullo universal. Sin culpas. Me pretendí ambicioso. Acomodado por orden alfabético en la inconsistencia de las cosas para entender el sentido del fracaso y la derrota.
Leí literatura francesa creyendo poder encontrar en ella el espanto del amor eterno. Entendí que la eternidad es invento de idiotas. Lamenté haberme dado cuenta. Hubiera sido más productivo crear sombras en la pared con los dedos de los pies desde la cama.
Me propuse jugar el juego. Hace ya tanto tiempo, que he olvidado las reglas. Fui un mal perdedor. Hice trampas y esas cosas, de las que aprendí a no jactarme.
Me dispuse a escribirme cartas a mí mismo. Compré un cortaplumas y las abrí con cuidado. Quise sentirme importante. Me dirigí a mí, con palabras grandilocuentes y respetuosas.
Tuve aspiraciones. Fui humanista la menor de las veces, hipócrita en su mayoría. Me alisté en la guerra de mí contra mí. Fui soldado. Comandante. Un muerto más en el campo de batalla.
Quise morir desangrado. Resucitar en el esperma de Cristo.
Batir las alas y abrirme en flores de carne al viento para poder volver. Aparecer en sueños transformados como la soledad más trágica. La única que puede ser compartida.
Yo tenía pensado un verso repetido y maldito sabés.

Gracias Ale, no podía seguir ocultandolo.

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