sábado, 22 de mayo de 2010

Celina, el día que su cuerpo olvidó. Final.

Comenzaba el frío otoñal, Celina preparó su bolso. Un trozo de pan en una bolsita, en otra unas monedas, y en otra servilletas de tela sin doblar. Una botella de plástico vacía y otras bolsas, unas dentro de otras.
Metió lentamente su cuerpo blanco dentro de un vestido de playa, con margaritas, ya opacado.
Al llegar a la costanera, se detuvo unos instantes, como hacía siempre, miró al horizonte y se internó en la playa, cerca del esquelético puesto de los bañeros.
Algunos turistas demorados, recorrían la costa, caminaban inclinados, resistiendo a viento y al cambio de temporada.
Dejó su bolso en la arena y desplegó su reposera. Un hueco entre las nubes permitió que el sol calentara su cuerpo, entonces se sacó el vestido y corrió hacia la orilla, los brazos abiertos, al costado del cuerpo, corrió como un simio, balanceandose torpemente. Al mojarse los pies lanzó un grito que podría haber sido de felicidad, balbuceo, babeo, el pelo se le pegó en la cara.
Volvió a nublarse, su piel se contrajo con el frío, cruzó sus manos sobre el pecho y hundió los pies en la arena tibia.
Paso la tarde , Celina masticó el pan recostada en su reposera. Ya sería su hora de volver, pero parece que ha olvidado, dejo de moverse algún debil engranaje de su gastado relój autista. Tropezó con el otoño, y al levantar su cabeza no reconoció el camino de vuelta. Vió, de un lado el mar y del otro un paisaje que respiraba moribundo, exalando humo por sus orificios, desdibujándolo todo.
El mar avanzó, se tragó los restos de basura, las huellas. Los últimos transeúntes se fueron, abrigando sus orejas, de la playa. La gaviotas se apropiaron de la costanera, gritaron, ensordecieron a Celina, que no escucho el temblor que sacudió su cuerpo.
Divisó una silueta a contra luz, alguien que se acercaba caminando hacia ella y que al alcanzarla, puso una mano sobre su cara, le beso la frente y luego, muy delicadamente levantó su lánguido cuerpo, lo hamacó y cantó con una voz suave y chiquita.
Celina no recuerda, es una sirena desmayada, hundida en los brazos de un desconocido.
Ya de noche, como un animal simbiótico, se adentró fetalmente en el cuerpo que la abrasaba, se incrustó, molusco húmedo que se encastra, se espirala. La mucosa pobló su piel, se alisaron sus huesudos contornos, se transparentaron sus órganos, se simplificaron. Necesitó poco aire para moverse y alcanzar la arena mojada y movediza, por la que se arrastro haciendo surco con su cabeza elástica. Se adentro en las olas y vitoreó hacia la oscuridad estruendosa.
Una luna en cuarto menguante lanzó un plano de luz sobre sus cosas, inútiles y abandonados testimonios.

Canto:
Te enfrento, ves?
ya no me sirven los ojos.
ni las palabras que fui metiendo a presión durante tantos años.
No se explica.
Es un idioma entre él y yo.
él, ave dragón que se abalanza y me come las rodillas,
yo, hilos de mi cuerpo que se atan a los acantilados.
Ves?, son todas ellas la que me trajeron asta acá,
ahora cantan conmigo.
Es una baguala encorvada
que clava su canto en la tierra.
Sera porque hasta la mas vieja
y trastornada de todas ellas,
cree que del llanto germinado
puede nacer una azucena.