martes, 29 de septiembre de 2009


Era Navidad, estabamos deseando que baje el sol y nos quedamos sentados en el sillón, de la mano, mirando las luces intermitentes.
Toda el agua del arroyo se había secado en tu piel, tenías un aroma salvaje y rústico, me gustó. Me gustó también pasar la mano por tu pecho desnudo y sentir las partículas del barro y las algas que se te habían quedado pegadas...
-Por qué me miras así?- dije.
- Esperas a alguien?-dijo.
- Solamente espero que no se termine este instante.

lunes, 28 de septiembre de 2009

Estas son del Negro Fredes, troesma.

Busco caricias
Encuentro espejos vacíos
Narcicismo miedo mierda
Solo de sentirme solo
Solo de estar solo y loco
Todo lo loco y aturdido que me pueda poner
Vacio!!!!Vaciarme!!!!
Sacarme las preguntas y flotar.

Girasol

Cadencia de caricia tibia
Libertad mitológicay (luego) genéticamente perdida.
El viento nunca le hablará de Van Gogh
Ni de nada
Sólo lo mecerá
Sólo le marcará sensaciones termicas.
Nada le dará tregua
La vida corta-entera consagrada a acuñarse a su dios
A su imagen y semejanza
A su espiral destino...
Imitador que busca su forma y se marchita.


Estoy dentro de mí,
Calado hondo.
No encuentro por donde escapar,
Se me ocurre una sola ventana.

Al Negro:
Fijate que si levantas la piedra, te vas a encontrar con el país de las maravillas.
Yo se que estas convencido, aunque mires rápido y cierres los ojos al final, vas a seguir construyendo paises abajo de alguna luz, en medio de algun “oscuro”.
Fijate que si levantas la perciana, nada va a salir para el patio, todos los perros y el sol van a entrar en tu pecho. Vas a gritar con el aullido de los perros y vas a despertar a todas las doncellas de entre casa.
Desde tu bajorelieve, fijate, lo viste hace tiempo, ese es el único bondi que pasa por este paisaje reseco, hay que subir..
Flor.

viernes, 25 de septiembre de 2009

No es una afeitadora...



Creyó que era peor, Susana Elvira, pero no era peor armar su bolso azul eléctrico, estampado con la figura de Frigor, desgastada y gris, poner allì las pocas cosas que le parecieron necesarias y tomarse el colectivo a Necochea.
Nunca hubiera sido peor que quedarse, y presenciar su deterioro, el de Francisco Armando, que últimamente hacía ya varias noches que no lograba conciliar el sueño y deliraba toda la madrugada, le pedía, le rogaba, que mate a los murciélagos que hacían nido en el machimbre, desesperado y a los gritos, los ojos espantados, colgantes de tanto insomnio.
Nunca hubiera sido peor alejarse, pensaba Susana Elvira , sentada en el micro, mientras se abría el amanecer y sus ojos cansados se enamoraban del verde que había traído la lluvia, por fin, al campo.
Es mejor así, se convenció, cuando al bajar en la Terminal de Necochea la recibió el perfume del café recién hecho, a las siete de la mañana. Mientras caminaba sobre una alfombra de voces que se encontraban, guirnaldas de manos y brazos que se agitaban. Nadie la recibió, pero se sintió bienvenida, con su bolso, viejo compañero, que colgó en la silla vacía enfrente a la de ella, donde esperaba el café con leche.
Quedarse? , a qué?, a sonreirle falsamente en los pocos momentos en que él la reconocía, sentado en la cama, mientras ella le traía un te con tostadas que él apenas probaba. A qué? , a quedarse horas y horas frente a él, mientras el la miraba a los ojos, le miraba dentro de los ojos, con semejante consternación, como si los ojos de Susana Elvira pudieran reproducir en el fondo negro, las imágenes que él hubo sepultado tantos años.Toda una vida tapando escombros , y ahora, que su mente no tenía telón y permanecía su razón huerfana de sentido, su razón espiralada de cansancio, inestable, ahora que su razòn lo abandonaba, esos rostros, quizás lánguidos de dolor, de olvido, mensajeros melancólicos de lo que ya no vuelve, pero tampoco se borra y permanece, en los ojos de Susana Elvira, que tampoco ha dormido, esas imàgenes aparecìan , cuando el ya no podìa ni siquiera entenderlas, a abrumarle el sueño.
Es mejor, no hay mucho mas que hacer, le dicto la honestidad a Susana Elvira, desde esa porción de arena en la que elijió sentarse a contemplar como el mar venía y venía, desprejuiciado y amplio como un pecho de gaviota, a oxidar las horas, a dejarlas inútiles y descascaradas, débiles escamas de hierro que se esparcían hasta desaparecer.
No había forma humana de calmar a Francisco Armando, ella quiso tantas veces, él ya no la escuchaba, él le acercaba la mano temblorosa lentamente a la cara, pestañeaba y dos lágrimas se arrojaban desde su tristeza seca, como carozos, que estériles, se pudren bajo el verano.
Susana Elvira sabe que es mejor así, ella acá, acá en esta porción de arena, acá , horizonte, viento y marea, la partitura plana del mar de Necochea, que por suerte no varía. Y él allá, enroscado en su forma perenne, un caracol que se vacía de realidad y de historia, que permanece con los ojos abiertos al temor a los murciélagos, temor que va perdiendo intensidad. francisco Armando se queda sin nombre y sin nacionalidad, sin nada mas que desear, que amar, que esperar.

martes, 15 de septiembre de 2009

Nunca terminara?

Todo parecía bastante indescifrable,primero escuché los sonidos, palabras que quedaban en el aire como barriletes enganchados en algún cable: dónde, tarde, mas, hablame, calor,ayuden; vocales estiradas como un mantra,un canto urbano, desafinado, agitado. Tuve frío, nauceas, abrí los ojos y vi las sombras, estaban tocandome los brasos, las manos , dedos lentos me corrían el pelo.
Apenas pude definir el olor del barro, el dolor de las rodillas y el aire caliente de mediodía, todo volvió a desaparecer, como si estuviera cayendo por un precipicio interminable.
El recuerdo imprimió mal las imágenes de lo que había ocurrido, vi la cara del viejo, me miraba sin parpadear, tratando de armar una imagen fija en distorsión en la lo sumía la borrachera, la barba crecida, la papada sudada, la cara gastada del frío y del sol, los ojos, los ojos, no me puedo olvidar de los ojos dos punzadas en mi estómago.
- Envido.
- Quiero- dije.
- Queres?
- viejo de mierda no me toque!.
- No te pongas rabiosa cachorra, 28.
- Son buenas
- Son buenas?
- Le dije que no me toque, si sigue así no juego mas!
- Qué te pasa putita?- y en un movimiento rápido me agarró los pelos, me tiró la cabeza hacia atrás y me metió la lengua en la boca. Logré tirarme al piso, le tiré con un vaso que no se rompió, le quedó sangrando la boca, sin soltarme el pelo, yo roja de miedo, no tengas miedo cachorra, dijo, si no te haces la arisca la vas a pasar muy bien, yo te voy a tratar con cariño.
- Diego!!!
- Cayate puta!!!
- Diego!!!
- Diego, Diego, maricón, puto, no sabe tratar a las cachorras como vos, sucia, parate y deja de hacerte la estrecha, pone la mano ahí, agarrate las tetas, y decime cuándo me vas a pagar, te crees que un techo es un beneficio gratis?, se te venció la fecha de pago!!!, así move las manos, tocate.
No sentía las piernas, el viejo me tenía de pié colgando de mis propios pelos, me hablaba cerca, no quería mirarlo, apreté los ojos, como queriendo despertar, creer que no era cierto, que no estaba el dolor y la vergüenza, ni el aliento espeso del viejo. Sentí las lágrimas calientes quemandome la cara.
- No llores mas cachorra, me dijo, vos no sabes valorar lo bueno, si supieras pondrías tus manos acá, me dijo y puso mis manos sobre su verga.
Logré escapar de las manos del viejo que se hundían en mi s brazos como pinzas. Pude meterme en el bajomesada, cerré las puertas y las trabé desde adentro, apretada contra mi cuerpo y contra las botellas vacías, sintiendo en la boca las lágrimas, los mocos, la desesperación que se transformaba en una respiración contenida.
Por las endijas de la puerta pude ver al viejo bajando al suelo con dificultad, agarrándose de las sillas, sin aliento, un jabalí herido por los perros que va desplomándose lentamente, y los ojos, un presagio del infierno. Se acercó a la puerta, el aliento entraba por las grietas de la madera, vapor caliente y agrio con olor a vino.
- Salí de ahí perrita, no le tengas miedo al viejo, nada mas pido un poco de cariño, y se rió pausadamente, cansado, hasta que la risa fue un jadeo que formaba espuma en la comesura sangrante de su boca.
- Salí perra, o quedate , quedate ahí, que venga a buscarte tu madre con los milicos..
-no!!
-No?
-Mejor que te vayas con tu madre, jadeo, sos una perra desagradecida, jadeo.
- No viejo, no me haga eso, llanto, voy a salir, llanto.
El viejo se rio y empezó a toser.
Ayudame , levantarme, me dijo, sudaba mucho, trae agua, mojame, me ahogo, dijo. Le limpie la boca con el agua de una jarra, le moje la frente, no se vuelva a portar así, me escuchó?, uste no anda para esas cosas ya, viejo de mierda.
El viejo entrecerró los ojos apoyado en el respaldar de la silla, nadie en la casa, solo yo y el viejo, nadie en la calle, mas que algún perro, nadie pasaba ya cerca por ese barrio, nada, silencio y el marrón del aire que se queda sin la tarde. Miré y la barriga del viejo se movía como la carpa de un circo abandonado en medio del desierto, y me quedé tranquila.

lunes, 14 de septiembre de 2009



Podría haberseme ocurrido, pero no ocurrió, no pude pensar ni siquiera que, por la fecha en la que andabamos, estabamos en primavera .Ni siquiera pude prestarle atención a que amanece mas temprano y al menos recordar que ocurre cuando comienza a amanecer mas temprano.
Fue de golpe, en el pasaje rutinario que me lleva de la habitación al baño, la garganta seca de la calefacción, los ojos inchados como todas las mañanas.
Primero fue el perfume, el de la sombra de la arboleda que nos unía a comer salame y pan, vos siempre juntabas moras y traías algunas que estaban a punto. Y despues las flores, las del ciruelo, invadieron el patiesito con una belleza prepotente y esesa, no pude hacer mas que mirar y dejar que las cosas que se me pasan por alto me putiaran desde los balcones en que las dejo olvidadas.


miércoles, 9 de septiembre de 2009

Del Ale (Mendoza- Bs. As.)...un tesoro.

Yo tenía estipulado una forma de sentir el cuerpo. El acostumbramiento perfecto a los agujeros en el estómago. Los pies en el río. La piel adormecida bajo la ropa mojada mientras llueve. Un cuerpo blanco en el instante preciso. La espera del tranvía. El reflejo de mi boca en los cristales. Mi mano tocando un vaso de cerveza. Mis uñas comidas bajo la luz del velador. Reconocerse, en fin, adaptarse a una materialidad sin rostro ni apellido.

Yo tenía determinado una forma del aburrimiento. Inventar sombras en la pared con los dedos de los pies desde la cama. Contar los latidos. Imaginarme abriendo puertas a lugares imprevisibles. Pensar que, a continuación de tocar el picaporte de una escotilla de barco, entro al desierto del Sahara por ejemplo.
Yo tenía una forma del deseo. Una forma de la sexualidad donde la realidad es el sueño transformado para recibir la soledad más trágica -que es la única que puede ser compartida-.
He puesto autoridad en ello.
Quise mirarme largo rato para comprenderme en la imagen distorsionada de un cubo de hielo en un vaso vacío. Y lo hice. Por horas. Y nadie se dio cuenta. Y fui bueno en ello, pues no pude entender quién era.
Por lo demás, puse erudición en la nostalgia y en los abandonos. Me entregué al servicio de las pequeñas catástrofes cotidianas. Pensé en las formas de la muerte. La imaginé muchas veces como un hombre desnudo con alas. Tantas otras, lo pensé borracho en el fondo de una acequia. Nada del otro mundo. El resto de las veces apelé a las formas futuras de la cinematografía.
En otras oportunidades, me apropié del orgullo universal. Sin culpas. Me pretendí ambicioso. Acomodado por orden alfabético en la inconsistencia de las cosas para entender el sentido del fracaso y la derrota.
Leí literatura francesa creyendo poder encontrar en ella el espanto del amor eterno. Entendí que la eternidad es invento de idiotas. Lamenté haberme dado cuenta. Hubiera sido más productivo crear sombras en la pared con los dedos de los pies desde la cama.
Me propuse jugar el juego. Hace ya tanto tiempo, que he olvidado las reglas. Fui un mal perdedor. Hice trampas y esas cosas, de las que aprendí a no jactarme.
Me dispuse a escribirme cartas a mí mismo. Compré un cortaplumas y las abrí con cuidado. Quise sentirme importante. Me dirigí a mí, con palabras grandilocuentes y respetuosas.
Tuve aspiraciones. Fui humanista la menor de las veces, hipócrita en su mayoría. Me alisté en la guerra de mí contra mí. Fui soldado. Comandante. Un muerto más en el campo de batalla.
Quise morir desangrado. Resucitar en el esperma de Cristo.
Batir las alas y abrirme en flores de carne al viento para poder volver. Aparecer en sueños transformados como la soledad más trágica. La única que puede ser compartida.
Yo tenía pensado un verso repetido y maldito sabés.

Gracias Ale, no podía seguir ocultandolo.

lunes, 7 de septiembre de 2009

En compañía, de Azucena.

A veces pasa, es cierto, más seguido que lo deseable, y seguro, justo domingo.
Estoy sola en la casa, camino hasta el tendero y toco la ropa colgada para percibir si sigue húmeda. Doy vueltas sin tocar demasiado nada, y me siento en un lugar, en silencio, mirando la desprolijidad de los objetos, la forma en la que fueron quedando, espontáneamente, en diferentes lugares, las mochilas, las carpetas, las camperas.
Y uno se acompaña, existe por un momento, recordando el movimiento anterior de quienes tocaron las cosas, se detiene en el detalle de los gestos, el impulso, la velocidad y el revuelo del aire.
Me detengo a revivir, tal vez imaginariamente, el momento anterior, la habitualidad de cómo él sujeta la lapicera para dejar una nota, mientras veo las letras abiertas, inconclusas, se que terminaste la frase mirando ya hacia otro lado, ves como muere la letra?.. Mi propio gesto se modifica al ver la imagen y besarla en el aire.
Un día encontré algo escrito en mi cuaderno, de casualidad, lo escribiste a escondidas, antes de irte para siempre. Lo encontré tiempo después y, lejos de entristecerme, me sentí reconfortada, levante la mirada y te ví, vos bajaste tu cabeza hacia el suelo, de puro tímida.
Gracias por tu visita, dije nomás.

En compañía, de Remeditos.

Caminaba sin pensar por el pasillo inmenso, al llegar a la escalera mis piernas temblaron, la sangre subía con fuerza hasta mi cabeza. Un hombre, lentamente, se acercaba a mí y me tomaba de la mano, tenía mucha barba blanca y su cabello también era del mismo color. Se despidió y entro a una habitación.
Mientras bajaba las escaleras un viento levantó mi pollera, una señora que estaba en el bar, tomando un café, me sonrió y señaló con su brazo que me sentara junto a ella.
Me fui acercando, la miré a los ojos y pude sentir su ternura inolvidable, hermosa plenitud.
Como no tenía mas tiempo me despedí con un “¡Hasta luego!”.
Subí rápidamente, mis dolores empezaban a transformar mi cuerpo. Me acosté en la cama a esperar, pero escuche un grito en el pasillo, me estaban llamando.
No alcance a bajarme de la cama que abren la puerta, era él, mi pequeño ser que venía a abrasarme.
-¡Mamá te quiero mucho!- me repitió varias veces-¡No llores mas!, estoy con ellos-me decía.
Abrí los ojos y estaba al lado. Su pequeño cuerpo con tantos cables, pero estaba feliz, sabía que estaba acompañado esperando despertar para decirme ”Mamá te quiero”.

Romina Cides.

Cuánto tengo que esperar?

Hacía bastante que no estaba en una sala de espera, nunca en una tan reducida. En los primeros minutos me di cuenta de que tomaba mas aire del habitual, como presintiendo que no iba a alcanzar para todos los que esperábamos.
La sala, especialmente oscurecida, la luz no entraba sino a través de la veladura de la cortina opaca por lo antigua.
El techo muy bajo, el ventilador se veía apenas levantaba la mirada.
Éramos tres en un pequeño banco contra la pared. Dos señoras que permanecían allí sin hablar, sin ansiedad por el paso del tiempo, sin mirar las revistas, como si hubieran aceptado un paréntesis en la vida, resignadas a una muerte pasajera. Solo levantaron la vista para absorber con detalle el aspecto del paciente que entraba.
En un momento, vuelta a atender mi estado, tan opuesto, pude advertir que me había sumido en la lectura, del libro que llevaba, casi por completo, como si hubiera abierto la puerta hacia un patio donde podía respirar normalmente. Estaba tan incorporada a la situación que planteaba el texto, que me sentía asistiendo a los protagonistas, en sus crisis, en donde desesperados me relataban sus miedos mas feroces. Entonces deduje que tal vez mi rostro estaría ya deformado por la reacción a lo que leía. Sentí calor, al meter mi mano por la espalda, sentí la ropa empapada y caliente. Inmediatamente después empezó a picarme el excema que se expandía por todo mi cuerpo, por el cual había asistido, sin turno, al consultorio.
Deseaba rascarme con las dos manos y las diez uñas mas los dientes hasta que me saltaran las lágrimas de dolor, pero sería esa una imagen animal que impresionaría o asustaría a mi desconocido y cercano público. El cual, notaba, estaba cada vez mas atento a mis movimientos, pues me rascaba lenta pero violentamente con una mano.
Trate de controlar la picazón respirando profundamente, guarde el libro y cerré los ojos.
De inmediato me invadió la angustia, estar ahí sentada me recordaba a las tantas veces en que mi cuerpo, a gritos, renunciaba a mi desaforada y desconsiderada manera de arrastrarlo, a pesar de su cansancio, como un caballo muerto, hacia los plazos de los objetivos que yo misma me imponía, arrastrándolo hacia donde se disparaban mis pasiones, como si pudiera en algún momento ser etéreo y estar en varios lugares a la vez.
Y así excederme, sin darme cuenta, sin oírlo, hasta que algo dolía demasiado o se paralizaba.
Pegada a la angustia me avergonzó la idea de que el dermatólogo, a quien veía por primera vez, me pidiera que me saque la ropa.
Me asustó y repugno pensar que sus ojos se detuvieran en mis hombros y en mi espalda desnuda, que pudiera ver y oler mi sudor, el estado de rabia que se imprimía en mi piel, como si la sangre se quisiera escapar, como si se hubiera vuelto menos densa y pudiera evaporarse en cualquier momento.
Tal vez porque yo podía verme a través de sus ojos y esa imagen me devolvía cierta compasión. De alguna manera suplicaba, a sus ojos, que me miraban preocupados por semejante irritación, que me perdonaran, que no me juzgara, que me perdonaran una vez mas, que de ahora en mas todo iba a ser distinto, que andaría con mas cuidado y que no dejaría la terapia.
Enseguida pude sentir mis propios ojos, bordeados por unas lágrimas que soportaban quedarse en su lugar, empapando, nublando la vista.
Deseaba llamarte, urgentemente, y pedirte que vengas, que te quedes ahí con migo. Asumir que siempre tuve miedo y vergüenza a la vez y que por eso siempre estuve sola en las salas de espera.
Asumirlo, declararlo, pedirte que me sostengas las manos y que también me perdones y que, al verme así, tan incierta, tan quebrada, tampoco me pierdas la fe.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Remeditos, yo espie tu cartita y me quede llena de asombro!!!

No quisiera molestarte, pero este es el momento perfecto para que me escuches. La noche grita auxilio, ya las campanas terminaron su función, la ciudad está expectante para ver qué sucederá en el próximo segundo.
No quisiera molestarte, pero buscaba un reflejo y te vi. No cualquiera, uno profundo, atrapante. Qué me vea y no diga nada, que me bese y no sienta nada, que me toque sin encontrar pasión.
No quisiera molestarte, pero escuchaba una cadena golpear contra un hueso y me acerque, todos los huesos en su lugar, estaban ahí, blancos o rojizos, no sé bien, no podía tocarlos porque se humedecían. Quería abrazar pero mis huesos se quebraban.
No quisiera molestarte, no llegues a pensar que soy débil y fuerte a la vez. Cada pestañeo de mis ojos me muestra una imagen diferente que me sorprende, me irrita, me enamora, me pide contemplación.
No quisiera molestarte, pero si, te voy a molestar, ¿Por qué me estas mirando, sin decirme nada? ¿Por qué buscas una respuesta a algo que no tiene pregunta? ¿Por qué intentas no ser algo? ¿Por qué no te quedas con una de tus imágenes y desechas las que te impiden abrazar, gritar, correr, vivir, con todos los huesos fijos e irrompibles?
Y luego de eso, si soy débil o fuerte, lo descubrirás, solo si estas al lado mío.

Romina Cides
Gracias compa!!

martes, 1 de septiembre de 2009

Me gusta cuando el Ale (Mendoza- Bs. As)me chamuya al oido.

Soy sensato a veces y estoy decepcionado, y ya no sé qué más
podría ser. Las manos se me están reblandeciendo. Corro peligro de
cumplir cuarenta. Soy terco y, además, poco inteligente;
me paso todo el día acá sentado, quieto; planto eucaliptos en macetas,
y casi como un chiste, siempre crecen.
Aprendo rápido. Ahora mismo estoy aprendiendo catalán. Creo que me enamoro
una vez por semana, por lo menos, y aun así me paso el día acá sentado.
Cada vez más, pongo la cafetera pero me olvido de cargarle el agua.
A la noche me duele la espalda al admitirlo.
Quiero desaprender a manejar. Tendría mucho que decir acerca
de mi casa a las tres de la mañana.
Abrazo fuerte a mi amor hasta que al fin se duerme, y ella me ciega, me para el corazón.
Esto no es una broma, tampoco una amenaza, amar de esta manera.
Quisiera irme, pero ¿cómo podría hacerlo? Tardo en desaprender.
Ahora estoy aprendiendo que mi vida
va a parpadear, apenas, como una llama al viento,
y que no habrá un calor abrasador ni una helada aplastante,
sino que la tibieza que pude conseguir o absorbí de algún lado
o fabriqué yo mismo o entregué seguirá su camino por sí sola,
sin importar si yo lo quiero o no. Lo quiero menos y lo quiero más que nunca.
Voy a seguir diciendo estas cosas por siempre.