miércoles, 25 de agosto de 2010

Cherenteco


Gretaleando, me mojé hasta los tobillos, se empañaron los vidrios que escondían tus exalantes ojos verdes. Pues me he trepado, sin medir pormenores, a tu balcón de perla purpurea, mensajera del único rayo de luz que logra tocarme, el que sale de tus persianas desclavadas.
Hoy no conviene morder el agrio labio de tu corazón. Princesa de impuestos atrasados, de pies descalzos bajando por la escalera, acompasando las horas de los náufragos. Hay veces en que solo serás patrimonio del aire, que es huérfano de padre y madre, como vos.

Hooola, tanto gusto!

Ubilaba la cándida luz que se transparentaba desde el fondo del vaso, cuando te vi entrar.
Encrañaba tu dulce mirada diacrónica, cuando te sentaste cerca.
Malentendí, por apasiguada y lenta, las primeras palabras de tu almanaque invernal.
No quise decir, clamorosa, las cuatro frescas.
Pero las dije y a partir de ese momento no dejo de caer con el culo, desde una empinada e infinita loma de paz...
Y ahora paso por la puerta, a ver si te veo, miro los brotes que se impulsan como puños implacables. Los brotes de tus plantas, que trepan la tierra, se abrasan entre ellas desde la oscuridad , en tu jardín.
Nunca te veo, a veces me parece ver tu tangoroca nariz asomarse entre las cortinitas de la cocina, pero solo es un dibujo que quiere dibujar mi lechusiada mente.
Igual, no hay necesidad de pasar por tu casa, eso es solo un decir de mi trasnochado ruego, con una crucesita entre las manos. Quiero decir, pernáculo inhavido, que ya no es necesario, pues todas las calles en las que te cruzo, se cruzan, hacen un rotonda rusa, y vivo matandome de risa, pues me da vergüenza saludarte, Pingeto...