viernes, 31 de julio de 2009

Violencia Domestica, de mi compañero y mejor alumno Juan Goñi.

La mujer es esbelta. Lleva un vestido largo y amplio, piernas desnudas. Se desplaza con agilidad. El hombre que la mira bebe cerveza. La mujer se mueve entre la gente con habilidad. Desaparece de la vista del hombre. No se preocupa, bebe hasta finalizar el contenido del vaso. La música, fuerte, es amena y ligera. Son muchos los que bailan y baten palmas. La mujer reaparece, por detrás de una columna. Lleva puesta una sonrisa generosa, sostenida sin cansancio por sus finos labios. El hombre enciende un cigarrillo, expulsa el humo hacia lo alto. Entre ellos las personas se mueven, agolpándose contra la barra. La mujer está de espaldas. Gesticula con movimientos seguros y amplios de sus brazos blancos. Los rostros de sus interlocutores, tres jóvenes, muestran aprobación, contento. La mujer gira, despreocupada, y lo ve. El hombre entonces abandona la banqueta y avanza hacia la mujer, que ha perdido su sonrisa. Los jóvenes que la acompañan no se percatan de la escena. Están cara contra cara, casi tocándose los zapatos, los de ella delicados y con tacos altos. Sus alturas son equivalentes. Deben correrse, un grupo de amigos los empuja en su camino al alcohol. El hombre aferra su brazo y la hace girar. Ella camina, obedeciendo las indicaciones de ese brazo firme. Sumando tropezones y roces llegan a la salida. Se libera de su brazo pero lo acompaña al coche. Conduce el hombre, la mujer va con la cabeza gacha. Arriban a un chalet, dejan el auto en la calle. Una vez dentro, ella se coloca contra la pared, adelantando sus brazos en actitud de protección. El hombre, en actitud despectiva, se burla de los brazos débiles. Ella cierra los ojos. El golpe no llega. Oye un ruido, un cuerpo desplomándose. Es el hombre; se desespera, no abre los ojos, no quiere saber qué está tramando esta vez. No ve entonces la garganta abierta, la búsqueda desesperada de aire, las manos pidiendo auxilio. Permanece aterrada, su cuerpo apretado a la pared. Percibe la respiración agitada, el jadeo. Tiembla. Se desmaya, superada por su miedo. El hombre alcanza a ver con ojos desmesuradamente abiertos su caída. Segundos más tarde, muere.

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