viernes, 26 de marzo de 2010

Parte 4. El día que vino el tío.

El tío puso una fuente blanca, decorada con ribetes dorados en los bordes, en el centro de la mesa. Ella estaba frente a él, a mas de medio metro de la mesa, sentada con la cabeza gacha, el pelo húmedo sobre la cara. Él la miraba pretendiendo que se acerque. Se limpiaba nerviosamente los dedos con un repasador.
Ella no hacía ningún movimiento, entonces él le acerco la fuente en señal de que podía servirse.
Ella se levanto lentamente, sin mirarlo, acerco la silla y se sentó, todo en un movimiento lento, como una danza ligada, en sintonía con el aire.
Celina siempre fue flaca, él era robusto, la cara ancha, arrugas gruesas en la frente y unos ojos verdes muy abiertos, tensos, que no dejaban de observarla.
Le sirvió con dos grandes cucharas los fideos con tuco, le sirvió poco, y empujo una taza con queso rallado hasta la mano de Celina.
Él esperó. Ella trató de controlar el temblor mientras se llevaba los fideos a la boca. No pudo lograrlo, soltó el tenedor y se cubrió la cara con las manos.
El se acercó inclinándose sobre la mesa, como si temiera hacer ruido, extendió su mano y le corrió el pelo, encontró los ojos exhaustos de ella, entonces movió su silla y se sentó a su lado. Tomo un repasador y lo extendió sobre las delgadas rodillas de ella, que había dejado de temblar. Haciendo un movimiento preciso giró el tenedor en el nudo de masa humeante, levantó en el aire los fideos y se los acercó a la boca, ella dudó unos instantes hasta que sus labios se entreabrieron como un poso, como una cueva de murciélagos. Dejó que él le diera de comer.
Celina no le sacó los ojos de encima mientras comía. Fue la última vez que vio al tío.

No hay comentarios:

Publicar un comentario