viernes, 19 de marzo de 2010

Parte 3. Salón de los mapas.

Cuando comenzó a ir a la escuela secundaria ella maquillaba las manchas que tenía en la cara. Al llegar de la escuela estaban al descubierto. Algunos días abría renunciado a maquillarse. Pablo le decía barbaridades, siempre una nueva. Al tiempo también renunció a enojarse por las cargadas de Pablo.
Estaba en el salón de los mapas cuando Pablo entro silenciosamente y se paro delante de la puerta cerrada.
El salón de los mapas tenía un espacio reducido, lleno de cajas con rollos de tela con la imagen de los mapas. Apenas se podía caminar entre las cajas. Había logrado encontrar el mapa de América Central. Al sacarlo de donde estaba se había desprendido una estela de polvo que le resecó la garganta provocándole tos. Por estar tosiendo fue que no escuchó cuando entró Pablo. Al darse vuelta con el mapa sobre un hombro lo vio. Pablo la miraba en silencio, tenía los ojos tranquilos, sin ningún gesto, como nunca lo había visto. Ella paso entre las cajas hasta llegar a la puerta, lo miró de frente y el la miró a los ojos. Ella extendió la mano hacia el picaporte, él de un golpe impidió que lo tocara. La empujo suavemente hacia atrás y le pidió que le mostrara las manchas, entonces la dejaría salir.
Ella levantó el rollo del mapa, amenazando con pegarle. Pablo hizo un movimiento rápido y tiró el mapa, luego la volvió a empujar y al perder el equilibrio cayó sobre el piso, de espaldas a Pablo. Sintió un fuerte dolor en las rodillas y las manos que le desprendían los botones del guardapolvo. Los botones que le cruzaban la espalda, de a uno. Quedate quieta, le dijo, o te encierro con llave.
Ella sintió que su cuerpo no respondía a los impulsos de levantarse, estaba petrificado, las manos apoyadas en el suelo comenzaron a enfriarse. Sintió el pulso tembloroso de Pablo mientras le subía la camisa. Luego sensación de nauceas. Luego los dedos de Pablo, tibios y suaves que recorrían sus omóplatos, lentamente, de un lado a otro. Celina cerro los ojos, sintió alivio, algo se despidió de su cuerpo dejándolo liviano, una exalación helada contenida por siglos.
Luego un portazo, Pablo se había ido repentinamente. Secó sus ojos, acomodó su delantal y tomó el mapa para salir del salón.

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